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martes, 12 de noviembre de 2013

LAS 4 ESTACIONES DE VIVALDI DESCARGAR

LAS 4 ESTACIONES DE VIVALDI










Cortesía de Tahíta


Las Cuatro Estaciones


Las Estaciones. Es una obra dividida en cuatro conciertos: Primavera, Verano, Otoño, Invierno, de tres movimientos cada uno. Fueron escritos para violín, orquesta de cuerda y continuo. Este último, típico de la época, para ser ejecutado por cualquier instrumento de tecla cuya línea escrita era frecuentemente doblada por el violoncelo, aunque muchas veces éste haciéndose cargo solo del continuo. El papel del "basso continuo" es similar al de los acordes cifrados de las canciones populares en donde sólo se indican sus nombres y pocos datos más, el resto debe ser "interpretado" por el ejecutante.

Óleo de François Morellon La Cave, 1723. Fuente primaria: http://www.biografiasyvidas.com/biografia/v/fotos/vivaldi.jpg, retocada por Presencias.net

Sólo con los títulos de las obras hubiera bastado para abrir un mundo de rica imaginación en el compositor. Sin embargo, Vivaldi, anota en el comienzo de cada movimiento, y en varias partes más, frases que describen intenciones y sentimientos. Las señala correlativamente una letra, iniciando en la A cada concierto. Esta manera de elaborar el material se conoce como "música de programa", en donde la trama mantiene fidelidad, supuestamente, con dichas anotaciones. Como fuere, proveen estímulo para el manejo de los diversos aspectos de la composición. Las Estaciones está considerada creación básica de la música programática.

Desde la tranquila alegría del primer movimiento de La Primavera, pasando por la enérgica vitalidad del tercero de El Verano, hasta la densa atmósfera del segundo de El Otoño, Las Estaciones exhibe una variada gama de recursos expresivos que son fácilmente captados por el oyente, quedando relegada a un muy segundo plano toda conceptualización o explicación formal. Directa y efectiva, se basta a sí misma.

Este compositor y violinista, que abordó casi todos los géneros conocidos en su tiempo, concita tantas adhesiones como rechazos, debe ser de los pocos músicos que logra semejante abanico de opiniones, al menos era así hasta bien entrado el siglo pasado. La crítica mundial lo exaltó o lo confinó al peor de los silencios, pasando por el tibio medio actualmente cultivado por muchos que, en nombre de la imparcialidad, creen hacer un bien a los desheredados del arte. Encontramos desde el respeto y veneración que hacia su obra tenía Bach, de hecho transcribió y estudió decenas de sus trabajos, hasta las agrias palabras de Stravinsky "no compuso quinientos conciertos sino quinientas veces el mismo". Huelgan comentarios.

El prolífico maestro de Venecia, apodado el monje rojo por su doble condición de clérigo y color de cabello, desarrolla sus ideas en un ambiente tonal más acotado que la mayoría de sus contemporáneos, se autoimpone tales condiciones. Y es precisamente allí en donde su música crece hasta el más notable de los legados. Pilar dentro de las transiciones del contrapunto a las concepciones armónicas. Dueño de un discurso elocuente, dinámico y profundo, marca, sin duda, a modo de eslabón entre el mundo grecolatino y el actual, una ruta segura para la canalización de los pensamientos del hombre occidental.

Vivaldi es músico. Lo es en toda la extensión de la palabra. Sabe que debe preservar materiales y sabe también que en esa emergente escasez está la gran posibilidad de desarrollo, de juego, de fantasía, de conquistar ideas y objetivos desde diferentes puntos de vista antes que por el mero ofrecimiento de vastos muestrarios temáticos.

Pocas semanas después de arribar a Viena, muere. Casi olvidado y en paupérrima situación, lejos del reconocimiento que otrora fluía abundante, había encarado sus últimos años. El mundo no se daba cuenta, una vez más, quién partía.

Si el gran maestro del barroco lo reverenció y Beethoven lo recuerda en incontables situaciones sonoras, qué queda para el común de los mortales sino aprender, crecer y disfrutar, cada día más, de esa maravilla que en vida se llamó Antonio Vivaldi.

Pablo Bensaya, Buenos Aires, Argentina, diciembre de 2005



Un Mil Bendiciones y Una Más
Sol Monasterio


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